Por: Gloria Irina Castañeda
Intervención en la Noche de Biblioteca: Proyección del documental La primera sesión (Gerard Miller)
Junio 21 de 2023
Para Freud[1], la infancia adquiere una especificidad que marcará el futuro de la vida amorosa y pulsional de los seres humanos, cuyo resultado será una especie de moldura que se repite y es reimpresa de manera regular. En todo caso, es normal que la investidura libidinal insatisfecha esté en la búsqueda de una satisfacción y por ello se vuelca a la figura del médico. En esta lógica, Freud concibe el surgimiento de la presencia del analista como falsa conexión en tanto pone en circulación una repetición con el analista de las relaciones pasadas con los objetos primordiales infantiles y de las pasiones de amor y odio.
Sin embargo, Freud desvela otra arista y es que la transferencia se convierte en un espacio singular y proclive para hacer actuales y presentes los impulsos eróticos de los pacientes que están en la base de los síntomas. Así las cosas, el analista encarna la presencia del Otro del lenguaje.
Y es que surcando la transferencia ineludiblemente está la pulsión que no habla
porque se satisface en silencio, como un pedido silencioso de otra satisfacción. Pero lo más interesante y quizás paradojal es que dicha satisfacción silenciosa de la pulsión en la transferencia se nutre de algo que se agarra de la presencia efectiva del analista, encarnada en el aquí y ahora de la sesión.
En su retorno a Freud, Lacan nos dirá que la presencia del analista supone la puesta en escena de la realidad sexual del inconsciente, es decir, de la actuación pulsional que busca su suplemento en el Otro, en tanto hay un lazo por la vía de la alineación significante y otro lazo por la vía del objeto en la presencia del Otro. Así pues, para que la pulsión se haga ver, oír, chupar y cagar necesita de un Otro presente, con su cuerpo vivo. Freud mismo lo advierte, lo cito: “Es innegable que domeñar los fenómenos de la trasferencia depara al psicoanalista las mayores dificultades, pero no se debe olvidar que justamente ellos nos brindan el inapreciable servicio de volver actuales y manifiestas las mociones de amor escondidas y olvidadas de los pacientes; pues, en definitiva, nadie puede ser vencido in absentia o in effigie” (p. 105). ¿Vencer?, Freud[2] nos dirá que se trata de una lucha entre el médico y el paciente, entre intelecto y vida pulsional, lo cual se desenvuelve en el campo de batalla de la transferencia, es allí donde debe obtenerse la victoria y utiliza la expresión: “sanar duraderamente de la neurosis” (p.105). Por ello, en este arsenal se hace imprescindible que el analista sepa qué tipo de objeto pulsional hace surgir su presencia en el analizante, y sabemos que Lacan insistirá en que la resistencia está más bien del lado del analista[3].
Lacan en su última enseñanza insistirá en la dimensión opaca del goce que resiste al sentido y su negativización. En esta nueva dimensión nos dirá que más que sujeto del inconsciente está el parletre, porque tiene cuerpo, goza y el analista no está por fuera de esto; no es pretextando hacer interpretaciones como va a tomarse por un sujeto del significante, él también aporta su cuerpo, se necesita que esté el cuerpo por cuanto es lo que se goza y ello no quiere decir que se destornille de la risa, también puede desplegar y significar que se aburre.[4]
Finalmente, Miller plantea la posición del analista[5], en el marco de un discurso, de un nuevo lazo con el Otro; nos dice que el analista debe ocupar el lugar de agente, como objeto a, objeto que causa el deseo y cause el trabajo del analizante, lo cual socava el discurso del amo en su intento de dominación, por tanto debe olvidar lo que sabe, su propio inconsciente, vaciado de su goce y dedicarse solamente a escuchar o incluso más que eso, a leer el síntoma.
Al respecto, en el documental “La Primera Sesión”, de Gerard Miller, Chrisiane Alberti, nos habla de cómo en la primera sesión el paciente trae recuerdos dolorosos y de la importancia de la asunción de un modo de presencia muy particular del analista con respecto a lo que él paciente dice: “se requiere de una presencia en la cual justamente uno no se identifica con el paciente, acoger sin juzgar, sin tomar posición y también sin conmoverse”. Tampoco como nos dice Guy Trobas, los analizantes se van a encontrar con una pared, ni con silencios inconmovibles. No es un silencio sin movimientos nos dice Luis Solano, no es un silencio sin gestos, es un silencio que está habitado y que ofrece un lugar al sujeto que habla.
[1] Freud, S. (1.912 ). Sobre la dinámica de la transferencia. Tomo XII. Amorrortu: Buenos Aires.
[2] Ídem.
[3] Miller, J. (1998 ). La transferencia negativa. La posición del analista. Buenos Aires: Editorial Tres Haches. P.39
[4] Miller, J. (2011). Sutilezas Analíticas. Paidós: Buenos Aires.P.250
[5] Miller, J. (2010). El banquete de los analistas. Paidós: Buenos Aires. P.92