Por: Camilo Lugo
Intervención en la sexta noche de carteles. Puesta a cielo abierto de productos del cartel: Situación actual de la transferencia
Noviembre 17 de 2022
Desde que inicié el Cartel, tuve cierto nerviosismo al pensar en que iba a explorar un concepto tan amplio y de alguna manera complejo. ¿Cómo podría un entusiasta del psicoanálisis recién graduado de psicología explicar o comprender completamente la transferencia?
El cartel por sí mismo tuvo cierto impacto en mí. Cuando inicié me llenaba de orgullo al contarle a mis allegados que había conformado junto con otras colegas algo que me iba a permitir acercarme cada vez más, de a poco, a ese deseo que he cultivado desde hace más de 6 años. Me estoy acercando a la escuela, a la formación, al gremio. Sentía que estaba un poco más cerca a lo que hace poco tiempo veía tan lejos.
Sin embargo, llegué a verme agotado por los pequeños momentos de frustración en los que al hablar con colegas ajenos al trabajo clínico, me sentía incapaz de explicar al pie de la letra qué es la transferencia. La presencia de ese Otro que me demandaba saber era abrumadora. Ya Lacan en su texto “mi enseñanza” de 1966 lo había mencionado. Parafraseando una cita de este texto: todo el mundo cree tener una idea suficiente sobre el psicoanálisis […] todo el mundo sabe que hay un inconsciente (y que hay transferencia en los vínculos terapéuticos). Ya no hay problemas, objeciones, obstáculos. Pero ¿qué es este inconsciente (y qué es la transferencia)?
Ante esto, tartamudeaba al tratar de expresarme o me enredaba con palabras complejas que en su momento yo tampoco terminaba de entender. No sabía si estaba perdiendo el tiempo, si el psicoanálisis se me había salido de las manos o si el hecho de llevar meses de reuniones y aún ser incapaz de dar una respuesta precisa y de memoria daba cuenta de cierta inhabilidad de mi parte en el tema.
Luego de revisar mis propias notas, de avanzar en lecturas y de asistir a un par de seminarios, obtuve un alivio al pensar en que quizás no haga falta comprender a modo de diccionario o enciclopedia el concepto en cuestión. Por el contrario, quizás se trate de pensarlo como un “operador clínico”, puesto que más allá de una definición en concreto, lo que más me ha ayudado a comprender la transferencia, es pensar de qué manera se evidencia en la clínica. Al decir esto no pretendo ignorar la importancia del aporte teórico al concepto. Por el contrario, se trata quizás de una articulación en la que el ubicarlo en la práctica clínica, derive en una comprensión más nutritiva.
Hablar de transferencia es hablar de la condición misma de un análisis. Es el motor que permite el proceso. No se trata de la relación por sí misma con el analista; es algo más complejo que solo llevarse bien con este. El que un paciente lleve mucho tiempo con un analista no implica por sí solo que haya un lazo transferencial, pues a la luz de la clínica actual, podemos encontrar pacientes que pasan mucho tiempo en consulta sin que se haya ubicado la transferencia.
En la transferencia hay algo que se espera del otro, hay una expectativa de que el otro diga algo con respecto a lo que me pasa. Se espera del otro una palabra que a su vez sea una palabra signo de amor. La transferencia nos lleva a la pregunta ¿Para qué me usa el sujeto? Y sobretodo para preguntarme si debo dejarme usar de determinada manera. En la psicosis hay que dejarse usar, en la neurosis no siempre es así. El analista debe decidir qué hacer con ese uso; permitirlo, interrumpirlo, facilitarlo. Ahora bien, la transferencia como fenómeno no es exclusiva del dispositivo analítico, pero Freud descubre que es la razón que lo permite. Comprender la transferencia como operador clínico nos permite tomar decisiones en relación al paciente específico, puesto que ante cada paciente el analista se ubicará de una manera diferente.
Sobre esto, en intervención sobre la transferencia (1951) Lacan señala “la transferencia tiene siempre el mismo sentido de indicar los momentos de errancia y también de orientación del analista, el mismo valor para volvernos a llamar al orden de nuestro papel: un no actuar positivo con vistas a la ortodramatización de la subjetividad del paciente” (p.220). La aparición de la transferencia, entonces, puede verse como una brújula que nos indica cuándo lo estamos haciendo bien y cuándo lo estamos haciendo mal, cuándo tenemos que tomar el curso de lo que realmente es nuestra función dentro del dispositivo. La dirección de la cura.
Alrededor de esto me empecé a preguntar sobre la manera en que la presencia de los cuerpos del paciente y del analista entran en juego en la cura y el establecimiento de algo del orden transferencial.
En la enseñanza de Lacan, Se plantea que la presencia del analista puede volverse un obstáculo. Un obstáculo cuando el analista está demasiado presente desde lo imaginario. No hay que confundir presencia con protagonismo, con dirección del paciente desde una perspectiva moral. Por ello, no estar demasiado presente es dejar que la asociación libre ocurra. Sobre esto, el rasgo que elaboró el +1 me ayudó a comprender la relación entre presencia y deseo del analista.
La presencia del analista surge en el deseo que se pone en juego para fundamentar un acto analítico, pasa porque el efecto del Otro del lenguaje es un efecto poco común. Es decir, el analista responde como ninguno de sus Otros. Aquí la sola presencia del cuerpo no es suficiente, es importante, pero hay que darle calidad a dicha presencia, una calidad que sea analítica. En su presencia, el deseo del analista no responderá a la visión imaginaria del sujeto. Es una presencia capaz de no hacer simetría ni resonancia del deseo del Otro, renuncia a estar en el lugar de un Otro.
No es el deseo de ser y ejercer como analista, como profesional, sino en la disposición de presencia, y todo lo que su presencia puede producir dentro y fuera del consultorio. Es una disposición no desde la cara imaginaria (puntualidad, compromiso, etc.). Estos actos, pese a que si tienen relación, se deben pensar desde la manera en que esto se hace. Apuntando a una posición subjetiva. O como lo plantea Lacan, a dar cuenta de “la puesta en juego de la realidad sexual del inconsciente”. En suma, es la manera en que el analista entra a hacer parte del síntoma. Es integrado en lo lógica inconsciente. La presencia debe permitir que esa función analizante se instaure.
Lo anterior nos deja más o menos claro que la respuesta a la pregunta de si la presencia-ausencia de los cuerpos en el dispositivo analítico influye o no en la transferencia y en la dirección de la cura puede ser muy clara. De entrada, las particularidades de los últimos años nos han demostrado que, ante la usencia de los cuerpos en la virtualidad, efectivamente es posible, se demuestra andando, se demuestra porque si. Si nos limitamos a eso, a preguntarnos si algo del orden transferencial y analítico puede ocurrir en la usencia de los cuerpos, se dirá que es posible. La presencia del analista, física, material, tangible y sin la pantalla de por medio, no es una condición imprescindible. En cada caso, y como siempre, será contingente. Sin embargo, a mi modo de verlo, ante la ausencia de los cuerpos, hay algo que se pierde, algo queda por fuera, hay algo que puede no pasar en términos de la transferencia.
Esto me hizo pensar en una consultante a quien atiendo hace un tiempo de manera virtual. Al narrar un episodio doloroso de violencia, dice haber encontrado en los tatuajes una manera de, en sus palabras, “rechazar gráficamente la violencia”, y acto seguido cambia la cámara de su celular y escanea todo su brazo derecho haciéndome ver cada uno los tatuajes y explicándome su significado individual. Ante la usencia de los cuerpos, ella busca la manera de hacer presente esa demanda pulsional.
Desde mi propia experiencia como analizante me atrevería a pensar que, por momentos, la transferencia se siente en el cuerpo. Se siente en la molestia en el pecho que genera un cambio de horario o un corte demasiado rápido. En el ligero estrés de esperar a ser atendido y aguantar unos minutos fuera del consultorio. Se siente en el cuerpo cuando se prefiere viajar 2 horas desde otra ciudad, aguantar calor, trancón, transporte público y la trabajosa y empinada caminata de 15 minutos desde la estación del MIO hasta el consultorio, con tal de que estén ahí los cuerpos. Se siente cuando en una sesión virtual aparece una ligera presión en el pecho, una señal de advertencia; ante la ausencia de esta presencia en particular, el cuerpo se manifiesta diciendo “aquí estoy”.
Se siente en esa voz que hace eco. En el trabajo analítico, cuando las intervenciones del analista tocan algo de aquello que anuda el problema, la voz se separa del analista, se aleja de la emisión y hace eco. La voz deja de escucharse únicamente al momento de ser pronunciada, empieza a estar presente en el silencio. La voz del analista sigue presente luego de la sesión, aún cuando no hay palabras. Pero dentro de todo, y desde mi entera experiencia, es una voz que rasca con ternura el cuerpo. El eco de las palabras del analista saca al sujeto del embrollo y de la sin salida neurótica, y lo llevan al acto, a que el sujeto ponga el cuerpo en acto. Al final, lo contingente de mi experiencia está en la manera en que el cuerpo busca siempre hacer presencia, aún en la paradójica ausencia y distancia que nos impone la época de la hiperconectividad.
Referencias
Lacan, J. (1966). Mi enseñanza. Paidós. 1 ed. 2006. Buenos Aires.
Lacan, J. (1951). Intervención sobre la transferencia.