TEXTOS PRESENTADOS EN LA SESIÓN DE CIERRE CON PUNTUACIONES DE ALEJANDRO REINOSO (NEL-SANTIAGO)

Por: Sandra Patricia Rebellón Ruiz, asociada a la NEL-Cali
Pensar el amor y el desamor desde la perspectiva del psicoanálisis lacaniano, me ha llevado a pensar la época y el efecto de esta sobre la subjetividad y el lugar del amor.
Freud en el Malestar en la Cultura de 1930, se preguntaba por la infelicidad del hombre que vive en una sociedad, y su respuesta no la ubicaba del lado de la moralidad, la educación o elementos históricos culturales. Señalará enfáticamente que no hay satisfacción plena de la satisfacción y que dependerá de lo que un sujeto sepa hacer, arreglárselas con ese empuje, constante, pulsional que lo habita. Podría tomarse este elemento que trae Freud ubicado directamente en el sujeto, como un esfuerzo y un acercamiento a un punto de imposibilidad que sería de estructura, propio al sujeto. Tal vez por esto, Freud postuló la necesidad de que la cultura pudiera ofrecer salidas y formas que le permitieran al sujeto lidiar con este imposible de estructura.
Pero nuestra sociedad no es la que Freud vivió. Cambió, y ya no está en el panorama ni la represión, ni los ideales, y mucho menos el padre, como alternativas o diques para encauzar los embates pulsionales. Por el contrario, la respuesta de la época va en contravía, es la de ofrecer nothing is impossible, que podría traducirse como el hay de la relación sexual, denegando con fuerza feroz la no relación sexual, de la cual el parlêtre no quiere saber.
Marcus Vieira en su conferencia El analista y las nuevas sexualidades[1], insistió en la importancia de leer al Otro de la época e interlocutor del sujeto contemporáneo, y lo lee en un lugar psicótico, lo que interpreto en la medida en que introduce y sostiene la certeza de un sujeto que sabe de sí, el sujeto sabe lo que quiere. Desde esta perspectiva se alimenta lo que Miller ubicó en el Seminario El saber delirante como el “Deliryo”, neologismo que menciona al yo de cada sujeto como delirante. Uno de los efectos de este fenómeno es el de producir una masificación en el lugar de la individualización subjetiva; en lugar de la diferencia, el todos igual. Sin embargo, este “todos igual” no hace masa; hay, por el contrario, una serie de sujetos aislados bajo lo que denomina Byung-Chul Han como “enjambre digital”, “los individuos particulares se funden en una nueva unidad, en la que ya no tienen ningún perfil propio. […] Al enjambre digital le falta un alma o un espíritu de masa. Los individuos que se unen en un enjambre digital no desarrollan ningún nosotros”.[2] Carentes de un “alma” o espíritu de masa, podría pensarse que carecen de un Ideal, lo cual deja como consecuencias, -que han sido trabajadas en el curso de Miller y Laurente, El Otro que no existe y sus comités de ética– la promoción del objeto a como plus de gozar. De este modo se va construyendo la “dictadura del objeto a”, y bajo esta, se asentaría la soled(a)d del parlêtre, en tanto desbrujulado por el imperativo de goce del objeto subido al cenit. Paola Cornu en su texto Época, amor y lazo[3] hace referencia a la “singularidad mercantilizada” terminocon elcual señala los efectos de las políticas de innovación e invención de las tecnociencias y del discurso capitalista sobre las redes sociales; políticas que estandarizan los lazos sociales, amorosos e incluso afectan los cuerpos. Estas formas de individualización de los sujetos marcan un nuevo vector: la autorización a reivindicar el derecho a la satisfacción, el derecho a gozar a su propia manera.
En este mismo texto, la autora nos propone pensar la existencia de un “algoritmo del amor” en el goce de la época. Lo entiendo por la vía del efecto que la inteligencia artificial empieza a tener en el campo del goce del sujeto, un algoritmo que responda allí donde aparece la incertidumbre, el equívoco, lo inesperado, el azar, la imposibilidad, el no hay de la relación sexual. Recuerdo la noticia que circuló en la redes hace un mes y narraba la historia de un hombre japonés que se casó con su vocaloid virtual favorita. Este hombre se denominaba fictosexuales, (proviene del vocablo inglés fiction-sexuals) y designa la preferencia y atracción sexual exclusiva por una figura ficcional. El casamiento se dio con una figura que tenía en su casa valorada en dos mil quinientos euros. ¿Podría tildarse de amoroso este encuentro? ¿O lo que se lee en él es del orden del empuje al goce?
En algunas ocasiones los sujetos no se presentan con un sintoma, por el contrario, se presentan bajo la certidumbre del yo. Ante esto, el psicoanálisis puede ofertar una duda fecunda, que permita cierto encuentro entre la satisfacción pulsional y el lazo al Otro, es decir, que pase por el Otro una pregunta que conmueva la certeza del yo.
El psicoanálisis encuentra grandes desafíos con la época. Por un lado, el amor siempre será una cuestión crucial para los psicoanalistas. Tanto el amor común como el de transferencia requieren de la presencia del Otro. Para que el dispositivo analítico se instale se necesita del amor de transferencia y la instalación de un sujeto supuesto saber. Por otro lado, el psicoanálisis no tiene asegurada su existencia. Hay que hacerlo existir, reinventarlo y para esto Lacan dispuso del dispositivo del Pase para dar cuenta, no sólo del advenimiento de un analista, sino de las consecuencias de llevar un análisis hasta su final y de los arreglos con lo pulsional. Los testimonios enseñan en su singularidad, reinventando el psicoanálisis y haciendo transmisible analíticamente el psicoanálisis.
[1] Conferencia dictada en la NEL-Cali el 23 de junio de 2021
[2] Han, B., En el enjambre. Herder Editorial, 2020, pág. 27.
[3] Cornu, P., Época, amor y lazo. Recuperado en: http://www.revistavirtualia.com/articulos/829/el-amor-y-la-epoca/epoca-amor-y-lazo