¿Por qué una Escuela de psicoanálisis?

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Por: Gloria Irina Castañeda G.

En la proposición del 9 de octubre de 1967 sobre el psicoanálisis de la Escuela, Lacan devela un conjunto de principios que nos sirven como bitácora para responder a una pregunta fundamental: ¿Por qué la Escuela?, pregunta que nos convoca en esta conversación de trabajo.  Lacan nos dice primero:

“En un principio el psicoanalista sólo se autoriza a partir de él mismo, esto no excluye que la Escuela garantice que un psicoanalista surge de su formación, esta puede hacerse por propia cuenta, y el analista puede querer esa garantía, si así ocurre, entonces, sólo puede ir más allá: volverse responsable del progreso de la Escuela, volverse psicoanalista de su experiencia misma”.

Esta fórmula que Lacan propone, por un lado, indica que, a diferencia de Freud, hay analista sin Otro, es decir, que la garantía analítica no se funda por la vía del ideal a partir de un significante amo que certifica la condición de analista, sino por otros caminos. Silvia Salman[1] siguiendo a Lacan en el seminario 21, nos dice que la autoridad analítica que conviene al psicoanálisis en tanto autoridad auténtica es la autoridad del sinthoma, es decir, la del propio anudamiento sintomático, que remite a los estilos de arreglo que cada analista de la Escuela- AE- inventa de modo singular en su experiencia de análisis con sus restos sintomáticos, reales, insensatos, sin ley. Experiencia que el AE transmite en el dispositivo del cartel del pase que opera como garantía de la Escuela. Experiencias de fin de análisis que también, fundan modos singulares de relación con la causa psicoanalítica. 

No obstante, Lacan en su proposición de algún modo nos dice, que no basta con que los analistas ofrezcan sus análisis como garantía a la Escuela, está también, la vertiente de la formación del analista que ofrece la Escuela como garantía, a condición de que se asuma subjetivamente, es decir, a modo propio, desde su enunciación. Compromiso con la Escuela que se hace uno por uno, pero no sin los otros, como bien lo señalaba Daniel Millas en una conversación reciente de noches de Escuela en la Nel-Cali. Y es que la enseñanza del psicoanálisis solo puede transmitirse de un sujeto a otro; se trata de incitar a otro a trabajar y después a otros, es por esto que estar en la Escuela es mostrar lo aprendido de la enseñanza de otro, pero, también supone: propiciar el deseo del otro al trabajo, sólo así se podrá llamar Escuela.

Lacan en la fundación de la Escuela trató de articular transferencia y trabajo. En la transferencia de trabajo no se apunta a la función del analista en la clínica, en su función de la cura, sino en su función en la enseñanza del psicoanálisis. Miller[2] en su Seminario “El Banquete de los Analistas” argumenta que la transferencia de trabajo está referida al modo de transmisión de la enseñanza del psicoanálisis. Por eso, es importante hacer un llamado al trabajo tal como Lacan lo refería en su Acto de Fundación, al convocar a los trabajadores decididos.

Miquel Bassols[3] señala que en la orientación lacaniana La Escuela no se parece en nada al funcionamiento de una institución en su sentido estricto y habitual; la Escuela se concibe con Lacan como un concepto y una experiencia. De acuerdo con Miller, citado por Bassols[4] la Escuela aparece como una especie de quinto concepto, el concepto “más uno” que se infiere de los otros cuatro conceptos fundamentales hoy por hoy tan conocidos: El inconsciente, la transferencia, la repetición y la pulsión. Lacan funda su Escuela en un momento clave, paralelo con su exclusión de la IPA innovando una nueva manera de formar lazo con el psicoanálisis, pues la Escuela no se gesta como una agrupación o gremio de psicoanalistas expertos, que tienen un saber previo, teórico y por ende una respuesta para todos los enigmas del sufrimiento humano, y cuya práctica clínica estaría exenta de cualquier tipo de interrogante o cuestionamiento.

La Escuela de orientación lacaniana por el contrario se funda como una experiencia de transferencia de trabajo. Sabemos por Freud que la transferencia involucra un aspecto libidinal, es decir, el lazo de amor, para Lacan la transferencia opera como un lazo articulador hacia la Escuela, como lo precisa Miller[5], en el Banquete de los analistas.  Sin embargo, vale la pena aclarar que en la transferencia se trata de la suposición del saber en el otro, es el lugar de la ignorancia y la comodidad de otro que sabe, lo cual no permite el trabajo. Mientras que, en la transferencia de trabajo se trata de una desu-posición del saber en el Otro, se trata del Otro barrado, lo que trae como consecuencia el desplazamiento del amor al saber, al deseo de saber, es decir, ponerse a trabajar para construir un saber. Por lo tanto, no se trata del ideal de una formación terminada que se completó.

Ahora bien, se trataría de pensar qué tipo de transferencia se moviliza en la Escuela, es decir, qué tipo de lazo de amor se configura, se moviliza o se necesita gestar como nos invita a pensar Daniel Millas: Si es un amor narcisista, centrado en sí mismo, o un amor que admite la diferencia. Se trata de una transferencia que va más allá de las personas, de la reciprocidad imaginaria, es una transferencia que se liga a algo, a una causa propia y común; causa que se teje con los materiales de una lengua especial, que no es la lengua de un Otro socio histórico, sino la lengua del Uno como lo precisa Miller[6]. Lengua cifrada, singular, cuya referencia es el cuerpo, que Lacan llamó acontecimiento de cuerpo. La lengua del Uno posibilita a los psicoanalistas aislarse del discurso del amo que prevalece en el exterior de su Escuela y por eso, los psicoanalistas necesitan formarse en una lengua especial.  Nos dice Miller[7], que lo que Lacan llamó Escuela es un enclave porque tiene sus propias leyes distintas de las del resto de la sociedad, claro está que para subsistir es necesario acomodarse a una ley de las asociaciones. La Escuela Una es precisamente el nombre de esta experiencia nos dirá Bassols[8], porque es una experiencia que está habitada por cada analista en la medida en que transmite lo singular de su experiencia; en ese sentido, la Escuela Una se entiende como un conjunto de experiencias sin una ley previa, se obtiene una ley que vale uno por uno tal como se verifica en la experiencia y dispositivo del pase.

Finalmente, Marcela Almanza[9] nos invita, a reflexionar sobre el compromiso y la responsabilidad que se asumen cuando se dice sí, en acto a la fundación de una Escuela; proseguir la enseñanza de Lacan y enfrentar como trabajadores decididos las vicisitudes que inevitablemente nos trae el encuentro con los otros, con sus diferencias, será uno de los tratamientos posibles. En ese sentido, la política de una cura es la política que guía la acción lacaniana. Así las cosas, valdría preguntarse como especie de brújula para encontrar la salida cada vez que nos enfrentemos a los impases que se vivan en nuestro lazo a la Escuela: ¿Dónde estamos?, como nos lo transmite Marcela Almanza.

Gloria Irina Castañeda G.

Asociada de la Nel-Cali.

Noviembre 15 de 2019


[1] Silvia Salman (2019). La autoridad analítica causa y consentimiento. Freudiana: Revista psicoanalítica # 85. Escuela Lacaniana de Psicoanálisis. Barcelona: España

[2] Jacques Alain Miller (2000). El banquete de los analistas. Editorial Paidós: Buenos Aires. 1 edición.

[3] Miquel Bassols (2014). La Escuela como una experiencia. Bitácora Lacaniana # 3. Grama ediciones: Buenos Aires.

[4] Ídem

[5] Jacques Alain Miller (2000). El banquete de los analistas. Editorial Paidós: Buenos Aires. 1 edición.

[6] Jacques Alain Miller (2011). Sutilezas analíticas. Editorial Paidós: Buenos Aires, p.19.

[7] Ídem

[8] Miquel Bassols (2014). La Escuela como una experiencia. Bitácora Lacaniana # 3. Grama ediciones: Buenos Aires.

[9] Marcela Almanza (2017). ¿Dónde estamos? Bitácora Lacaniana # 6. Grama ediciones: Buenos

  Aires.