SEGUNDA CONVERSACIÓN: «Movilización y Juventud»

Medellín, Mayo 11 2021

Desde NEL-Medellín

¿Qué ve, qué comprende usted, por qué  los jóvenes marchan tan decididamente hoy? ¿Por qué es su protesta?

Por: Manuel Alejandro Moreno Camacho, asociado a la NEL-Cali

El siglo XX inventó la figura de los jóvenes y su identidad disruptiva. Desde entonces, los movimientos juveniles han sido protagonistas de importantes transformaciones sociales. En Colombia contamos con algunos ejemplos: los movimientos estudiantiles de los años 70, ecos de mayo del 68 francés; el movimiento de la séptima papeleta a principios de los 90, que condujo a la renovación de la constitución política de nuestro país; y en la historia más reciente, los movimientos estudiantiles que han organizando su acción política por la defensa de la educación pública, incidiendo también en otros ámbitos, como la promoción de la paz, la equidad de género y la lucha contra la corrupción.

Los jóvenes marchan decididamente hoy, sí, pero son un conjunto heterogéneo. No son Los Jóvenes con mayúscula, como tampoco Los Vándalos, Los Estudiantes o Los Indígenas. Mucho menos “Los Ciudadanos de Bien”, ese “otro bueno” inventado para reprimir su indignación. Ninguna de estas categorías contribuye a la comprensión de la complejidad del goce que se pone en juego al comprometer el cuerpo y los objetos pulsionales en la protesta como modo de lazo social.

Protestan por la exclusión, la inequidad, la injusticia. Cuestiones padecidas en el propio cuerpo por algunos, observadas con asombro e indignación por otros y, por supuesto, también des-conocidas (a la manera del mecanismo psíquico de la represión) por otros. Como psicoanalistas sabemos de los efectos de la represión por el retorno de lo reprimido. Las marchas, las protestas, lo que ha sido llamado el “estallido”, son la expresión de una falla en la función del síntoma social. Los frágiles arreglos que sosteníamos para la convivencia –que son al mismo tiempo acuerdos tácitos perversos para que todo siga igual, para que cada quien “ocupe su lugar”­– se quebraron, y sobran las razones. La crisis que ha llevado a grandes sectores de la población a límites obscenos de precariedad, retorna como llamado al Otro, como intento de responder a la pregunta sobre lo que cada uno es en el deseo del Otro. El efecto de masa, tantos unos enlazados de manera multitudinaria para reclamar, retorna como pregunta que revela algo de la verdad de los lazos que han producido este fenómeno ¿Cuál es el lugar que como sociedad hemos destinado para esa voz? ¿Cuáles son las coordenadas simbólicas e imaginarias disponibles para la inscripción subjetiva, la constitución de un deseo y, tal vez, la invención de arreglos singulares para una vida digna?

Los jóvenes son sensibles a la búsqueda, navegan en el universo de sentidos que ofrece la cultura, procurando resolver el sin-sentido del agujero que constituye a cada uno. Acogen para su causa subjetiva la oferta de identificaciones disponible en las relaciones sociales en que habitan. A veces, la pasión desborda y en nombre de estos ideales ofrecen el cuerpo como un sacrificio por las causas que suscriben, como en el caso de los que hoy se hacen llamar “primera línea”. De ellos escuchamos frases como: “soy primera línea, por primera vez soy”. Interpreto en su acto una forma de inscribirse en ese Otro, una forma de contar, de hacerse visible y escuchable ante una sociedad que parece no tener ojos, ni oídos para sus vidas, relegadas al margen, al lugar de lo prescindible en el infinito circuito de la mercancía que es el discurso capitalista.

Las universitarias que tengo la oportunidad de escuchar por estos días, la mayoría jóvenes mujeres de la carrera de Trabajo Social, están comprometidas con el cambio social. Reclaman justicia, igualdad, equidad, democracia. Esas son las claves imaginarias en las que se inscriben sus causas. Pero se han topado de frente con la violencia, ejercida sobre el cuerpo de aquellos que las acompañan o incluso de ellas mismas. Para cada una ello representa un encuentro con un real. Devienen entonces sentimientos de desamparo, tristeza, miedo, impotencia, culpa. También ellas reclaman a un interlocutor ¿Nos escuchan? Se preguntan si hay destinatario para sus palabras.

En las calles, el movimiento se torna de una complejidad excepcional. Los puntos de bloqueo se han convertido en escenarios de encuentro de personas, en su mayoría jóvenes de barrios populares con diferentes trayectorias de vida. Algunos con acceso a formación universitaria o experiencias de liderazgo comunitario luchan hombro a hombro con otros de muy escasos niveles de educación y marcadas condiciones de exclusión. Son incluso vecinos, han compartido historias y territorios, aunque sus trayectorias sean disímiles. Lo que parece ser un sentimiento común es la experiencia de sentirse al margen y los reclamos de justicia social. De esta multiplicidad empiezan a emerger frutos: están poniendo palabras a la protesta. Las asambleas populares en los puntos se están convirtiendo en declaraciones políticas y pliegos de peticiones. Con los bloqueos se han hecho visibles, ahora están construyendo una voz.

Me pregunto desde mi lugar ¿cómo hacernos destinatarios de esas voces? Las de los y las jóvenes en su heterogeneidad, en su singularidad ¿Con qué dispositivos podemos acusar recibo para que su mensaje tenga un destino que dignifique su ser?